Los Walipinis son un poco mágicos. Con su aspecto tosco, de tejados casi al ras del suelo, pueden pasar fácilmente desapercibidos en medio del paisaje árido y sepia del Altiplano de Bolivia.

Y sin embargo, dentro, bajo tierra, pueden esconder un verde brillante, desproporcionadamente vivo en esta gigantesca planicie de clima extremo, donde al aire libre casi todas las plantas mueren.

El sonoro nombre aymara de estos invernaderos significa literalmente «muy bueno» o «muy bien», porque logran crear bajo tierra un paraíso de suaves temperaturas en medio de un clima imposible, de días calurosos y noches heladas, vientos fuertes y agua escasa hasta cuando cae, solo durante tres meses al año.

Pero curiosamente esta no es una práctica ancestral, sino una tecnología inventada por un cooperante suizo que hace unos 25 años llegó a esta inhóspita parte de Bolivia con financiación europea precisamente con el cometido de explorar cómo hacerla más habitable.

Peter Iselli se instaló en una granja en El Alto, a las afueras de La Paz, y logró su propósito, pero apenas tuvo tiempo de dejar por escrito lo que había conseguido: su suicidio puso fin abrupto a su proyecto de ingeniería y durante algunos años de sus Walipinis apenas quedaron más que unas extrañas estructuras a medio caer que nadie sabía muy bien para qué servían.

Cuando al empresario Michael Gemio se le averió el automóvil en medio de la nada y buscando ayuda llegó a una granja semiabandonada con un cartel de «se vende» no se imaginaba que lo que escondían aquellas polvorientas paredes se convertiría en un proyecto vital, no solo para su familia sino también para otras comunidades del Altiplano.

La familia Gemio, sin experiencia en agricultura, compró el lugar y reconstruyó con cariño los extraños hoyos y paredes semienterradas que encontraron con la ayuda de los mismos lugareños que años atrás habían trabajado con «El suizo», como apodaron a Iselli.

Hoy, dos décadas después, la ecogranja Ventilla tiene 18 Walipinis en pleno rendimiento, que producen para la venta acelgas, espinacas, lechugas y todo tipo de plantas aromáticas, independientemente de los caprichos del tiempo.

Héctor Vélez es el hombre detrás de esa hazaña. Este ingeniero agrónomo lleva más de 17 años al frente del proyecto de la familia Gemio.

Por esta ecogranja fueron pasando agrónomos y numerosos estudiantes de ingeniería de distintas universidades de Bolivia. Y así, aunque «El Suizo» dejó nada o poco escrito, la idoneidad de sus Walipinis para el Altiplano no tardó en cobrar fama.

Desde el punto de vista técnico, comparados con los invernaderos convencionales los Walipinis son más baratos y eficaces.

La principal inversión inicial no es en dinero, sino en mano de obra para crear el hoyo en la tierra.

Así los productores se ahorran mucho gasto en la compra de materiales para levantar una estructura externa, que además en el Altiplano hay que reemplazar con frecuencia a causa de los fuertes vientos y la gran radiación solar que corroe los materiales.

Los Walipinis también son más eficaces a la hora de mantener una temperatura constante porque las paredes subterráneas de tierra ayudan a retener el calor y la humedad, algo que minimiza el consumo de agua, que aquí es un recurso muy escaso.

«Mucha gente los copió porque es una tecnología muy buena y muy útil», me dijo José Antonio de La Peña, un famoso presentador de la televisión nacional de Bolivia, que desde hace 25 años dirige el programa Bolivia Agropecuaria, con el que ha paseado por todos los rincones del país.

«Los construyeron en colegios, en comunidades, en pueblos», añadió De la Peña, que fue amigo de «El Suizo» y llegó a entrevistarlo para su programa.

La réplica de Walipinis durante la primera década del 2000 coincidió con una especie de fiebre de invernaderos en el Altiplano, alimentada por una ola de financiación europea para el desarrollo en Bolivia.

Muchas organizaciones hicieron proyectos con distintas carpas solares para mejorar la dieta de la población, basada casi exclusivamente en carbohidratos y proteínas -quínoa, papa, maíz y llama-, y para darles a las familias andinas una herramienta con la que garantizar su seguridad alimentaria frente a los efectos del cambio climático.

La Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), fue una de ellas. En 2012 publicó en internet una guía para la construcción de Walipinis y levantó una veintena para las familias más «vulnerables» de la región: las que vivían en los lugares más altos y más aislados del Altiplano, como la de Victoria Mamane, en San Pedro de Totora.

www.bbc.com