La economía de la suscripción ha crecido un 100% cada año en los últimos cinco años, de acuerdo con la consultora global McKinsey and Company. La firma entrevistó a consumidores estadounidenses y descubrió que, de entre quienes compran en línea, un 15% se inscribió en algún tipo de compra recurrente (sin contar de servicios como Netflix).
Pero no es fácil hacer dinero con este sistema. Convencer a alguien de que tiene que comprar algo no solo una vez si no de forma continua es un desafío enorme.
E incluso cuando la compañía consigue dar con el punto ideal para que nos suscribamos, con la facilidad de uso suele aparecer un consumidor caprichoso: cuando una suscripción no funciona, no dudamos en cancelarla.
Y luego están los servicios que no son suscripciones per se, como Uber, pero también reemplazan a grandes pagos únicos.
«Los elementos indispensables para las generaciones anteriores no son tan importantes para los millennials», remarcó un estudio de Goldman Sachs.
«(Ellos) posponen las compras más importantes o las evitan por completo».
La pregunta es ¿hasta qué punto eso es importante?
Supongo que no poseer cosas significa que no tengo ningún desorden. Y tener la posibilidad de encender y apagar el grifo cuando se trata de gestionar mis lujos es una forma eficiente de maximizar el sueldo.
Pero con las suscripciones pierdes seguridad. Perder el trabajo podría significar perderlo todo.
¿Y quien soy yo si no tengo nada? Una colección de discos no es una base de datos de archivos, como Spotify quiere hacernos creer, sino algo físico que representa una trayectoria: la de cada uno de nosotros, para ser precisos.
Puede que si te pregunto el nombre de tu primer disco, seas capaz de decirme uno al instante. Pero ¿y si te pregunto el nombre de la primera canción que escuchaste por internet? Seguramente no lo sepas. No significa nada porque no es tuya.
Poseer algo te da control sobre eso. Esa expresión, «poseer», alude a una sensación de estabilidad reconfortante. Es poder, seguridad y predictibilidad.
No habrá un día en que alguien que quiera animarte tras un mal día te invite a salir y suscribirte a algo.
Comprar una casa se considera un objetivo tan importante que las elecciones se ganan y pierden en base a nuestra capacidad para lograrlo.
También atribuimos más valor y emoción a los objetos cuando consideramos que son nuestros, una actitud que desarrollamos a una edad temprana. Los psicólogos lo llaman «efecto dotación».
En un estudio, explicado en profundidad en un excelente video, unos bebés se enojan cuando les dicen que van a llevarse su juguete favorito, aunque les den inmediatamente después una copia exacta.
Además, a medida que nos hacemos mayores, reverenciamos objetos de personas que queremos (como nuestros abuelos) o admiramos (como jugadores de fútbol).
Pero tener cosas también tiene su lado negativo. Nos volvemos proteccionistas y nos dan miedo los cambios. Perder algo que posees puede ser devastador y puede cambiarte la vida. Cuando ocurre muchos entramos en depresión.
Pero no hay reflexión suficiente para revertir la tendencia a las suscripciones, que parece no tener fin.
Aunque hay una cosa que los millennials no suscribimos con muchas ganas últimamente: el matrimonio. Ha descendido un 50% desde la década de 1960. Tal vez lo que verdaderamente tenemos es un problema de compromiso.

Fuente: www.bbc.com